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Dime cómo cocinan y te diré que familia tienes.

      Crecí en un ambiente donde siempre la cocina era el tema de conversación predilecto en cualquier reunión social, entre mis tías era común la competencia por quien elaboraba de manera más suculenta el pasticho, las cachapas, el asado negro, el mondongo, el arroz con leche y un sin fin de platillos que de solo pensarlos se me hace agua la boca. 
      Aún recuerdo cuando mis tías le decían a mamá ¿cuándo preparas un sancocho Lígia y nos invitas a tu casa?, a lo que mi madre les contestaba ustedes lo preparan y vienen a comerlo a casa y así crecí, en cada reunión de cumpleaños, primera comunión, matrimonios, bautizos, paraduras de niño, siempre mis tías eran las que elaboraban desde los pasapalos, pasando por el plato principal y cerrando con la deliciosa torta que regalaba tía Eugenia, sabor único que aún no he podido replicar, ni mi paladar ha encontrado ponqué alguno que me lleve a ese anclaje de mi niñez ( así era el nivel de competencia existente entre mi enorme familia, aunque mi madre y el resto de esposas de mis tíos cocinaban sabroso, les tenían un grado alto de respeto a la destreza culinaria de estas cuatro Señoras, Edelmira, Alicia, Eugenia y Gladys ).
      En casa cocinar de lunes a viernes para mi madre era una obligación y un deber, jamás elaboraba platillos muy complicados, la sopa siempre estaba presente como entrada en el almuerzo al igual que el jugo de frutas, no recuerdo una gaseosa en mi mesa, a menos que nos visitara el tío Alejandro del Zulia, era como unas vacaciones gastronómicas, siempre unidas a la oración que nos repetía mamá: "no beban tanto refresco que eso da diabetes". Mis desayunos hasta cuando me gradué de bachiller incluía atol, jugo tres en uno, café con leche y arepa, recuerdo refunfuñar todas las mañanas, ya que comerlo todo era obligatorio, con mi madre no había elección alguna.
    Los fines de semana, era otro mundo, mi madre se esmeraba en la cocina, leía recetarios, inventaba, creaba, era mi chef favorita, amaba la panadería, afición la cual también llevo en mis venas, adoraba elaborar dulces, no solo en Semana Santa y navidad, sino en todo momento, las dudas las despejaban mis tías, ellas eran las maestra y los jueces las amigas, vecinas y clientas de su trabajo de modistería.
     La cocina de mi familia era sana, variada, especial, ir a casa de mi tía Eugenia era toda una aventura, recuerdo las cachapas,el ambiente siempre estaba impregnado con el rico olor a torta y a pastillaje, siempre había ponque, galletas, panes,era maravilloso, no así, en casa de tía Edelmira, donde crecí jugando con María Patricia, Carlos  y María Isabel, cuando decían a almorzar, salía corriendo a mi casa ya que no comía pasta con salsa nápole, ni ensaladas, ni sopas con todos los aliños gigantes como yo le describía llorando a mi madre la causa de mis mortales carreras para escapar de casa de tía Edelmira a las 12 pm, hoy día sonrío y pienso, que no daría por volver a esos tiempos y disfrutar de tan maravillosa comida.
      Añoro todas las Semanas Santas los dulces de tía Alicia, ahhh!!! amo su dulce de durazno, no hay otro igual, en navidad el dulce de lechosa, el mojito trujillano de tía Gladys, el pollo horneado con pasta y maduro horneado los domingos en casa de tía Edelmira.
     También le guardo un espacio en mi memoria culinaria a las cachapas de mi tía Yolanda, quien formaba parte de ese grupo de esposas que guardaban respeto a las cuñadas cocineras, a la Señora Contreras, vecina y amiga de la casa con ese bienmesabe que me regalaba cada Semana Santa  desde que tenía 15 años y el cual no quería compartir con absolutamente nadie, a la Sra Esther y su delicada de coco.
      Son tan buenos recuerdos y momentos, tantos días de aprendizaje, tantos sabores y lo más importante era que todo era natural, variado, no recuerdo que en esa gastronomía existiera tantos aditivos químicos como las personas de hoy día utilizan y se quejan por el precio, no recuerdo que en mi casa solo cenáramos arepa, también se comía plátano, yuca con queso, un atol, las frituras eran esporádicas, en las casas se consumía siempre el plátano maduro o verde cocido en agua u horneado.Recuerdo la escasez de leche en polvo,lo que no recuerdo es que la gente se desesperara!!   no creo que se pensara mucho las formas de elaboración de los alimentos por ser la opción ideal o no  para cuidar la salud, eran cocineras innovadoras sin saberlo, se disfrutaba comiendo, no necesitaban de un gran mercado para ser creativas ya que, se apartaban  un poco de las instrucciones de las recetas, no eran tan metódicas.
       En la familia que nos levantamos, preparaban alimentos sanos y cuidaban el placer hedonista de la comida, eso lo heredamos todos los descendientes de esos diez hermanos y aún en estos momentos tan difíciles que estamos atravesando en el país lo conservamos, en las latitudes donde estemos,si bien cierto que nos quejamos de todas las carencias que hay pues hemos sabido arreglárnoslas para mantener una alimentación sana, de la que disfrutamos, pienso que aún somos competitivos, cuidamos la presentación estética, tratamos de impresionar a los demás con nuestras creaciones y somos personas a las que nos importa oír ese ¡ooooh! cuando levantan la tapa de la olla.
      Todos somos sanos, una que otra enfermedad, pero no patologías tan graves. Los Valero, Arismendi, Araujo, Venegas, y toda mi familia somos una maravillosa familia que aún cuando no nos vemos día a día, cuando nos reunimos es como si no pasara el tiempo, superamos pleitos, dificultades y problemas y todo gracias a quien ..... pues a nuestra cocina!!! 

      
      
      
      
      


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